Como pastor, líder y pastor de pastores, me he encontrado más de una vez, no pocas, con la sensación de que lo único que puedo hacer es una autopsia pastoral, llegando a la realidad del otro cuando ya su vida espiritual, su relación matrimonial o su ministerio ha muerto y lo único que queda por hacer es abrir el “cadáver” y ver por qué murió.
Me he encontrado muchas veces con la única posibilidad de indagar y sacar conclusiones de cuáles fueron las causas por las que la vida espiritual, el matrimonio, la familia, el ministerio o la iglesia se habían muerto, sin la posibilidad de revivirlos.
Un día llegué a casa y con mucha frustración le dije a Mónica, mi esposa, que Dios no me había llamado a ser un “médico forense” que analiza las causas de la muerte espiritual, familiar y ministerial de miembros de la iglesia o de aquellos que están liderando la iglesia, sino que Dios me había llamado a ser pastor trayendo vida plena a los demás.
Dije: “Ya no quiero hacer más autopsias”.
No estaba dispuesto a seguir descubriendo tarde, a destiempo, cuando ya no hay mucho que se puede hacer ante esos fracasos personales, familiares y ministeriales de aquellos que un día con un alto sentido de obediencia a Dios le dijeron sí para seguirle en sus caminos y para servirle en el ministerio.
Un vacío muy grande
Muchas preguntas surgieron en aquel momento, pero quizás la más importante para mí era ¿por qué ninguna de esas personas contaba a tiempo acerca de sus luchas, sus pruebas, sus necesidades, sus dudas, sus tentaciones, sus crisis ministeriales? ¿Por qué insistían en enfrentar solos todas esas situaciones cuando lo podían hacer con alguien más?
Empecé a mencionar lo que estaba pasando con los miembros de las iglesias, con líderes y con pastores para encontrar alguna respuesta a estas y otras preguntas.
Lo primero que empecé a notar fue la ausencia del término o la idea de ‘comunidad’ en sus comentarios, y mucho menos aún, un sentido de comunidad. Los miembros se referían a sus iglesias como congregación.
Existía una tendencia a ser más una congregación que una comunidad. La vida con Cristo y el ministerio cristiano estaban confinados al momento que se congregaban, a los programas de cada reunión y a algún evento especial, creando un vacío muy grande en las relaciones interpersonales de sus miembros, siendo lo único común entre ellos, lo que hacían, la tarea, y no quienes eran, el ser. Lo que hacían era lo que los mantenía juntos en esa congregación, pero no había una convivencia en lo personal.
Sin seguridad
Por otro lado, los pastores hacían referencia a su denominación o concilio. No hablaban de comunidad pastoral, desarrollaban una relación con la denominación o el concilio pero no cultivaban una relación personal con sus pares en el ministerio.
Aunque muchos tenían un sentido de pertenencia en relación a su iglesia local, o en el caso de los pastores a su denominación, al mismo tiempo no se sentían seguros en su comunidad de fe o en su comunidad pastoral.
En consecuencia, no sentían libertad de ser ellos mismos ni tenían la confianza de abrir su corazón con el pastor, ni con sus hermanos, ni con el superior en su denominación o concilio, ni con sus colegas acerca de sus problemas y realidades.
Así que el asunto tenía que ver con la ausencia de un sentido de comunidad y con la forma en que se sentían en su comunidad de fe y en su comunidad pastoral.
Porque estar juntos con otros miembros de la iglesia, no significa necesariamente tener una comunidad de fe en la que encontramos seguridad, refugio y salud en lo personal, familiar y ministerial.
Un río que se seca sin darnos cuenta
Descubrí, con el pasar de los años, que la falta de una comunidad segura donde ser contenido era un problema sistémico que estaba secando, dividiendo y estancando la iglesia, tanto en su expresión local como denominacional.
En muchas de nuestras iglesias existe esta triste realidad de ser una congregación, pero nunca llegan a ser una comunidad, se reúnen semana a semana para hacer el ministerio, pero sin construir una comunidad segura donde cada miembro puede ser lo que Dios quiere que sea sin necesidad de fingir.
Una comunidad donde cada uno está contenido por expresiones de amor a través de las cuales se moldea a la imagen de Cristo. Cuando surge una situación o crisis personal, familiar o ministerial, todos y cada uno tienen ante una comunidad segura la oportunidad de ser fortalecidos en áreas débiles e iniciar a tiempo procesos de sanidad y restauración.
Sentido de Comunidad desde lo real
Desde entonces hemos encontrado que si los miembros empiezan a desarrollar el sentido de comunidad, se sienten seguros cuando entre ellos hay:
- Más honestidad relacional y menos diplomacia religiosa.
- Más conversación intencional y menos monólogo gerencial.
- Más evaluación personal y menos juicio congregacional.
- Más reconocimiento del otro y menos crítica destructiva y envidiosa.
- Más empoderamiento del otro y menos manipulaciones del otro.
Utilizo la expresión “menos” en lugar de ninguna porque sabemos que el ideal es “cero” diplomacia religiosa, monólogo gerencial, juicio congregacional, crítica destructiva y manipulación del otro, pero la realidad es que estos elementos insalubres y negativos siempre estarán presentes en mayor o menor proporción, porque nuestras comunidades de fe están compuestas de personas imperfectas e incompletas, algunas más que otras, según su tiempo en el Señor.
Claro que esto no es permiso para vivir en la eterna inmadurez y carnalidad. Es simplemente un hecho temporal inevitable de aquellos que están en proceso de formación y de transformación por el Espíritu Santo.
Lo que nos da esperanza es saber que, aunque somos imperfectos e incompletos estamos en pleno proceso de formación y madurez.
“Y estoy seguro de que Dios, quien comenzó la buena obra en ustedes, la continuará hasta que quede completamente terminada el día que Cristo Jesús vuelva” - Filipenses 1:6, NTV
Tras comprender nuestra propia imperfección e incompletitud y dar prioridad a estas acciones que cultivan comunidad por sobre las otras, que se empieza a respirar en el ambiente de una iglesia y de los equipos ministeriales el aire fresco de una comunidad segura donde,
“... cada parte, al cumplir con su función específica, ayuda a que las demás se desarrollen, y entonces todo el cuerpo crece y está sano y lleno de amor” (Efesios 4:16, NTV).
Este extracto forma parte del libro "Comunidad Segura", y está disponible para su adquisición aquí: acceder al libro.