La paternidad y el ministerio
Este año celebro por sexta vez el Día del Padre.
En 2019, Dios me dio la bendición de convertirme en papá por primera vez de un varón, y hace un año nuestra familia creció con una doble porción: ¡gemelos! Ha sido una aventura increíble. Sin duda, experiencias que marcarán mi vida para siempre.
Pero no te voy a mentir. Aun antes de que llegaran, viví momentos de profundo temor e incertidumbre. Tres meses antes de concebir a los gemelos, Dios habló a mi esposa y a mí para prepararnos: vendrían dos hijos más. Aunque debería haberme llenado de gozo, lo que sentí fue ansiedad. Había noches en vela, pensamientos abrumadores: “¿Para qué queremos más hijos?”, “El mundo está cada vez peor”, “¿Cómo vamos a pastorear una familia si apenas podemos con la iglesia?”.
En ese momento, estábamos plantando una nueva iglesia, y el peso del ministerio ya era considerable. Un día, tomé una decisión y se la comuniqué a mi esposa en lo que supuestamente era una cita romántica: “No vamos a tener más hijos”. Ella no respondió, al menos no a mí, pero sí a Dios: “Señor, encárgate de él, como lo hiciste conmigo. Sus excusas son las mismas que yo tuve alguna vez”.
Y así fue. Dios se encargó de mí. Inquietó mi corazón hasta llevarme de rodillas a su presencia. Le pregunté: “¿Por qué me siento así? ¡Tomé esta decisión incluso para servirte mejor!”. Su respuesta fue clara:
“¿Quién eres tú para decidir cuándo se da la vida? Yo soy el autor de la vida. Tu corazón está lleno de temor, y necesito quitar ese temor para cumplir mi propósito en tu hogar” (Jeremías 1:5; Salmos 127:3).
Fue entonces cuando entendimos el plan de Dios. Emprendimos esta nueva etapa con fe, esperando a nuestros gemelos. Sin embargo, en una oración más adelante le pregunté al Señor: “¿Por qué sentí tanto miedo?”, y Él me respondió: “El temor ha llenado el corazón de muchas familias, incluso de mis siervos, impidiéndoles concebir y criar hijos con libertad” (2 Timoteo 1:7).
Un llamado sin temor
Comparto este testimonio para llegar a ti, amigo lector, pastor, ministro del evangelio. El temor es una realidad. Es abrumador ver cómo el mundo cambia y pensar en criar hijos en medio de ese caos. Pero si Dios nos ha confiado hijos, es porque sabe lo que hace. Él cuida de nosotros, y lo seguirá haciendo en esta nueva etapa. No estamos solos.
Dios nunca ha separado el llamado del padre. Uno de los ejemplos más poderosos de las Escrituras es Abraham, a quien Dios hizo padre en su vejez, en medio de su obediencia al llamado de salir de su tierra y parentela (Génesis 12:1-4; Génesis 17:4-6). Su historia nos muestra que Dios entregó hijos en medio del ministerio porque su propósito es bendecir a través de ellos a las comunidades que nos rodean: “En ti serán benditas todas las naciones de la tierra” (Génesis 12:3). Hoy podemos decir también: “En ti serán benditas todas las comunidades que sirves”.
Dios nos da hijos para que, por medio de ellos y nuestra obediencia, su nombre sea perpetuado. Ellos pueden ser los instrumentos que continúen con el legado del evangelio en las generaciones venideras (Deuteronomio 6:6-7; Salmos 78:4-7).
Por eso quiero dejarte cuatro responsabilidades que tenemos como padres-ministros:
- No temas ejercer la paternidad mientras caminas en obediencia.
Si el Señor te ha confiado hijos mientras caminas hacia tu "tierra prometida", Él irá contigo (Josué 1:9). No temas. El ministerio no debe ser un obstáculo para vivir tu paternidad, sino una plataforma para demostrar la fidelidad de Dios a tus hijos. - Enséñales a vivir una vida devocional.
Isaac estaba familiarizado con los sacrificios, por eso preguntó: “¿Dónde está el cordero para el holocausto?” (Génesis 22:7). Esto revela que Abraham fue diligente en enseñarle a adorar. Hoy, nuestro llamado es enseñar no solo a la congregación, sino también a nuestros hijos, lo que significa caminar con Dios. - Entrégalos a Dios sin reservas.
Abraham no se resistió a entregar a Isaac, el hijo de la promesa. Confiaba en que Dios era suficiente para cumplir su plan (Génesis 22:1-18). Nosotros también debemos estar dispuestos a rendir nuestros hijos al Señor, sabiendo que Él tiene planes más altos para ellos (Romanos 12:1). - Acepta los procesos de redención en tu paternidad.
Dios también usará nuestra paternidad para formarnos. Abraham mintió acerca de Sara en Egipto (Génesis 12:10-20), y más adelante repitió el mismo error (Génesis 20). Esa misma conducta se repitió en Isaac, y se agravó con Jacob. Lo que no redimimos en nosotros, puede repercutir en nuestros hijos. Pero si permitimos que Dios nos transforme, podremos marcar positivamente sus vidas.
Para concluir, te digo lo siguiente: Ser padres y ministros es un honor extraordinario. Sí, puede ser desafiante… pero nunca imposible. No permitas que el ministerio se convierta en un obstáculo para vivir al máximo tu paternidad. Al contrario, haz de tu experiencia como padre una prioridad espiritual, una extensión natural de tu llamado. La paternidad no compite con el ministerio; lo complementa, lo potencia y lo humaniza.
Dios te ha entregado una herencia: tus hijos. Y a través de ellos quiere traer bendición, formación y revelación para tu vida. Muchos ministros ven la paternidad como una carga más; pero cuando se abraza con fe y propósito, se convierte en el terreno fértil donde Dios planta visiones eternas.
El enemigo lo sabe. Él entiende que si ejercemos nuestra paternidad con efectividad, mientras caminamos en obediencia a Dios, la bendición no se quedará solo en nuestra generación. Será una bendición transgeneracional. Porque el mismo Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob también quiere hacer algo poderoso en nosotros hoy —y en aquellos que vienen detrás de nosotros.
No estamos criando simplemente hijos: estamos formando herederos del Reino. Ellos verán el fruto de nuestra obediencia y caminarán sobre las sendas que les tracemos con integridad, fe y devoción. “El justo que camina en su integridad, ¡cuán dichosos son sus hijos después de él!” (Proverbios 20:7)
¿Estás criando a tus hijos con temor… o con la convicción de que Dios te ha llamado a marcar generaciones? ¿Estás dispuesto a vivir tu paternidad como un ministerio en sí mismo?