No es ningún secreto que hay una agenda clara en contra del proyecto “familia” como el Señor nos dió a entender bíblicamente que lo diseñó. En estos días donde son pocos los que deciden fundar su familia bajo el compromiso del matrimonio, Dios nos exhorta a volver a su plan y diseño original, entendiendo que no es un principio que se ajusta a la cultura actual o es opcional, sino que se trata de su corazón y visión para la familia.
En las épocas de Jesús la salvación llegaba a una persona y por consecuencia a toda la familia, esto podría verse como una decisión cultural donde el hombre, cabeza de hogar, decidía por todos qué se creía, pero te propongo verlo como “fluidez” espiritual, que puede existir cuando hay unidad. Si uno recibe salvación, como consecuencia el amor y vida que Cristo nos da, se imparten y fluyen hasta impactar en nuestra familia.
Entendiendo esto, nos atrevemos a decir que la sociedad postmoderna en la que nos toca vivir, está diabólicamente diseñada para fragmentar y separar a la familia, y de esa manera frenar el canal de bendición hacia los hijos o muchas veces hacia los padres.
Por eso queremos compartirles 3 estrategias que creemos que el enemigo usa para traer división, y así poder combatirlas buscando ser familias donde la vida que nos da el Señor fluye libremente entre nosotros, porque hemos creado un núcleo familiar saludable y unido.
No porque el institucionalizar la educación sea algo necesariamente malo, pero la forma en que el sistema educativo se organiza en la mayoría de las sociedades modernas, le ha quitado a los padres la responsabilidad de educar. Antes, los padres educaban a sus hijos, ahora vemos como a los padres les urge mandar a sus hijos a diferentes instituciones para que sean educados o instruidos por alguien más.
La Biblia enseña que los padres deben enseñar a sus hijos, pero la realidad es que los maestros en las escuelas pasan más tiempo con nuestros hijos que nosotros como padres, sembrando en sus mentes una serie de valores, conceptos y principios que son ajenos a nuestra fe y creencias.
En este tiempo las personas están tan enfocadas en los logros personales, que prácticamente no comparten tiempo de calidad con sus hijos. Se les ha convencido a los padres e hijos, que la mayor realización en la vida tiene que ver con lograr propósitos personales, olvidando así los valores básicos y esenciales de la relación con Dios y con su familia.
Hoy parece que hemos olvidado que lo temporal siempre va a ser temporal y que lo eterno siempre va a ser eterno. Poco se recuerda que la familia fue creada para honrar al Señor y dar a conocer la salvación que se encuentra en una relación genuina con Dios.
Esta sociedad ha convencido a los creyentes de que hay que invertir más tiempo y esfuerzo en los logros personales que en el plan eterno de Dios, estructurada de tal forma que fracciona y divide la familia. Comenzando por separar el corazón de los padres con el de sus hijos, limitando el tiempo que estos pasan con ellos, hasta romper la capacidad de comunicación de cada miembro de la familia.
La tecnología le ofrece al ser humano la posibilidad de ser parte de una red social que trasciende su núcleo familiar y aún su contexto social inmediato. Una familia puede estar junta pero al mismo tiempo estar completamente separada, porque los celulares y el internet se encargan de que aunque físicamente estén allí, mental y emocionalmente están ausentes.
¿No es esta escena común en una cena familiar?: Padres e hijos escribiendo mensajes de texto, hablando por teléfono, entretenidos con un juego virtual o mirando la televisión. De esta manera el esposo y la esposa están menos involucrados entre ellos, los hijos no comparten los mismos intereses o realidades con sus padres, es común que ellos hablen más con sus “amigos” a través de las redes sociales que con sus familiares. Vivimos un individualismo disfrazado de pluralismo.
Al identificar todo lo que está pasando a su alrededor se darán cuenta que; si no se cuidan, tarde o temprano terminarán viviendo con su cónyuge y sus hijos en la misma casa, pero no serán necesariamente un hogar. No decimos con esto que debemos aislarnos del mundo, pero sí que nos guardemos del mal que este puede traer a nuestras familias. Recordemos como Jesucristo oró al Padre: “No te pido que los quites de este mundo, sino que los guardes del mal.”
Parte de la estrategia del diablo hoy es asegurarse que los individuos que integran la familia se mantengan con la suficiente distancia el uno del otro para que cuando el Señor comience a traer vida y salvación, no exista esa conexión que hace que la vida corra y fluya a toda la casa.
¿Cuál es nuestro rol como pastores y líderes de la iglesia ante esta realidad que estamos viviendo?
Podemos comenzar a enseñar estrategias y pasos a seguir, para combatir las “formas del mundo”, pero me gustaría proponer algo que empieza un poco más profundo que una serie de mensajes dominicales o un tema para nuestros grupos pequeños, que tal si como pastores y líderes de la iglesia comenzamos a mirar hacia adentro y hacer cambios en nuestra propia forma de pastorear y liderar nuestros hogares:
Estas son algunas preguntas y puntos de partida para comenzar a reflexionar sobre nuestra propia condición familiar. Mientras que el pastorado nos lleva a buscar respuestas y consejos para quienes pastoreamos, no olvidemos lo que Pablo le dijo a Timoteo “...pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿Cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (Timoteo 3:5).
Busquemos que la salvación entre a nuestra propia casa primero y que haya unidad para que se extienda a cada miembro de la familia.
Como pastores y líderes, ¿Cómo podemos combatir las estrategias del enemigo hacia la unidad familiar?
¡Te leo!