Es increíble que un virus tan pequeño como el COVID_19 (siglas del inglés coronavirus disease 2019 – Disease significa enfermedad) haya puesto en jaque a todas las naciones del mundo. La salud, la economía, la bolsa, el precio del petróleo. Se ha paralizado el turismo, las fábricas, el comercio, las actividades culturales, deportivas, los congresos y aun las reuniones de las iglesias. Ha encerrado a todos en sus casas, ha vaciado las calles, y nos está “obligando” a repensar muchas cosas. Hay incertidumbre, y surgen muchos interrogantes.
Lo primero que debo aclarar es que Dios no es el autor de ninguna enfermedad ni de la muerte. Dios es el autor de la vida, de la buena salud. Dios no creó el mal, ni el pecado ni la muerte ni la enfermedad. La Biblia, en Romanos 3.12, afirma lo siguiente:
El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecamos.
El primer hombre, a pesar de haber sido advertido por Dios, al pecar abrió la puerta al diablo y a la muerte. Y, por ende, a todas las enfermedades y pestes.
Jesús dijo que “el diablo ha sido homicida desde el principio” (Juan 8.44). Y también, refiriéndose al diablo, afirmó: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; pero yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10.10).
Cuando el hombre pecó, se produjo una alteración en la creación; alteración no solo espiritual sino también biológica y genética en la naturaleza. Todo fue infectándose por causa del pecado del hombre. El autor de esa “degeneración” fue Satanás, pero el que lo habilitó fue el hombre, por su desobediencia a Dios.
Por lo tanto, todo virus es una mutación degenerativa por la rebelión del hombre contra Dios.
El sábado 21 de marzo, al día siguiente de que el presidente de la Argentina, Dr. Alberto Fernández, sabiamente decretara el cese de toda actividad a nivel nacional, tres pastores y dos sacerdotes católicos fuimos invitados por la Ministra de Desarrollo Humano y Hábitat de la Ciudad de Buenos Aires, Licenciada María Migliore, con miembros de su equipo, a conversar sobre como coordinar la interacción entre el Gobierno de la Ciudad y las iglesias católicas y evangélicas de la ciudad en estos días de pandemia.
Al entrar al edificio, una funcionaria tomó nuestros datos personales. Cuando yo quedé a solas con ella, me preguntó: “¿Ustedes son de otro ministerio?” Le respondí: “No. Nosotros somos pastores”. “Ah! ¿Pastores?” Y, haciendo una breve pausa, añadió: “Dios debe estar enojado con nosotros y con el mundo ¿no? porque hay mucha maldad en el mundo. ¿Usted qué piensa, pastor?” Yo le respondí: “Coincido con usted. Pero, también se lo puede ver de otra manera. Dios ama mucho al mundo, y por eso permite esta pandemia para que el mundo se arrepienta y cambie. Mire, gracias a esto, en nuestro país el oficialismo y la oposición ya están trabajando en forma unida. ¿No es bueno eso?” “Claro que es bueno”, me contestó.
Volviendo a nuestra pregunta: ¿El coronavirus es un juicio de Dios? Quiero explicarlo así:
En la Biblia encontramos dos clases de juicios:
En el griego del Nuevo Testamento son dos palabras diferentes:
Definitivamente, el coronavirus no es un juicio condenatorio para los hombres, pues, según la Biblia, eso nos sucederá a todos después de la muerte.
Hebreos 9.27, declara: … Está establecido para todos los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio. Aquí la palabra juicio es krisis.
Romanos 2.3: ¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios? Aquí la palabra juicio es krima.
En ambos versículos se refiere al JUICIO CONDENATORIO.
Pero veamos estos otros textos bíblicos en los que Dios habla del CASTIGO CORRECTIVO. Veamos algunos ejemplos:
Isaías 26.9b, dice: …Porque cuando hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia.
Isaías 26.16: Señor, en la tribulación te buscaron; derramaron oración cuando los castigaste.
Algunos, ante la adversidad, reaccionan bien. Se dejan corregir por el castigo del Señor. ¡Bienaventurados!
Otros, lamentablemente, no responden bien. No se dejan corregir. Como menciona la Biblia en el libro de Amós, capítulo 4, Dios le dice al pueblo de Israel:
6 Yo les hice pasar hambre … ¡pero ustedes no se volvieron a mí! 7 También les detuve la lluvia … A pesar de eso, ¡ustedes no se volvieron a mí!
9 Los herí con viento solano y con oruga. La langosta devoró la multitud de sus huertos y viñas, y sus higueras y olivares, ¡pero ustedes no se volvieron a mí! 10 Envié contra ustedes mortandad… ¡pero ustedes no se volvieron a mí!
Todos estos castigos o juicios tenían una finalidad correctiva: que el pueblo se arrepintiera de sus pecados y se volviera a Dios. Pero Israel no se arrepintió, y quedó expuesto al juicio condenatorio de Dios. Por eso, concluye diciéndoles:
12 Por lo tanto, … ¡prepárate, Israel, para encontrarte con tu Dios!
El Nuevo Testamento nos enseña lo mismo acerca del castigo correctivo de Dios.
Hebreos 12.6: Porque el Señor al que ama disciplina (paideia)…
Apocalipsis 3.19: Yo reprendo y castigo (paideio) a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.
Así que, en mi comprensión, el coronavirus no es el juicio de Dios sobre los pecados de la humanidad, sino el castigo correctivo de Dios para que todas las naciones se arrepientan de sus maldades y pecados y se vuelvan a Dios.
El libro de Apocalipsis (capítulo 8) revela que en el tiempo final habrá muchas calamidades y terribles cataclismos en la tierra. ¿Quién las enviará? ¿Dios o el diablo? ¿Qué importa? Lo importante es que sucederán. Sabemos que Dios está en el control de todo. Ya sean juicios correctivos que vengan de Dios o calamidades producidas por Satanás, estarán siempre bajo la voluntad permisiva de Dios. ¿Por qué las manda Dios, o las permite? ¡Para que todas las personas, todas las familias de todas las naciones se arrepientan y vuelvan a Dios!
Pero, tristemente, Apocalipsis 9.20-21 dice: El resto de la gente, los que no murieron por estas plagas, ni aun así se arrepintieron de su maldad, ni dejaron de adorar a los demonios ni a las imágenes de oro, plata, bronce, piedra y madera, las cuales no pueden ver ni oír ni caminar. Tampoco se arrepintieron de sus asesinatos ni de sus hechicerías, ni de su inmoralidad sexual ni de sus robos.
La intención de Dios es corregirnos y no destruirnos. Pero el que no se arrepiente por el juicio correctivo de Dios, un día tendrá que enfrentar el juicio final, el juicio condenatorio con sentencia firme (Apocalipsis 20.11-15).
Pecados ha habido siempre, pero cuando la humanidad rebasa la copa, Dios en su misericordia interviene en forma drástica. Interviene hoy por amor a esta generación y a las generaciones futuras. Para corregir el equivocado rumbo por el que estamos yendo.
¿Cuándo ha habido más injusticia en las naciones que en nuestros días? La brecha entre los ricos y pobres es cada vez mayor en la gran mayoría de las naciones del mundo. La revolución tecnológica del siglo XX y XXI en vez de producir el bienestar de todos ha aumentado sideralmente la injusticia social.
Pensemos solo en nuestro país. Un Dios de amor ¿puede mantenerse indiferente ante el hecho de que haya millones de niños y mayores que para comer tienen que ir cada día a los comedores?
¿Es justo que tengamos casi un 40% de pobres en un país tan rico y bendecido por Dios?
¿Qué siente Dios ante la corrupción de gobernantes, empresarios y sindicalistas? ¿Qué siente ante tanta violencia en los hogares, en los boliches, en los estadios, en las calles, ante tantos homicidios, femicidios y crímenes?
¿Qué siente Dios cuando ve que tantos intencionalmente lo ignoran a él, y descaradamente defienden el matrimonio homosexual, el aborto, el divorcio, el sexo libre, el vivir en pareja sin casarse, y tantas otras anormalidades?
¿Dios puede quedarse indiferente ante el vil negocio del narcotráfico que está destruyendo a millones de nuestros jóvenes y niños, ante el dolor de tantas madres que con lágrimas e impotencia tienen que enterrar a sus hijos?
Necesitamos arrepentirnos de todo eso y de mucho más, y volver a Dios. La conversión debe ser de cada uno, porque cada uno sabe bien de qué pecados debe arrepentirse.
Hemos priorizado lo material por sobre lo espiritual; la casa por sobre la familia; el placer por sobre el deber; el confort antes que la paz interior; el egoísmo en vez del amor. Nos hemos intoxicado a través de películas, televisión, redes sociales, en vez de llenarnos de la palabra de Dios.
Necesitamos volver a Dios. Necesitamos ser una nación santa que ama a Dios, guarda sus mandamientos y ama a su prójimo como a sí mismo.
En primer lugar, quiero dirigirme a los que son discípulos de Cristo, y luego darles una palabra a aquellos que aún no tienen la seguridad de su salvación eterna.
Ahora ya no tenemos excusas. Pero lo importante es que cuando termine el tiempo de la cuarentena hayamos aprendido a priorizar la oración privada, como lo hicimos en nuestros mejores tiempos.
Todos debemos tener muy en cuenta que con Coronavirus o sin Coronavirus, un día (no sabemos cuándo) todos vamos a morir; y luego vendrá el juicio de Dios. Como todos somos pecadores, todos estamos perdidos. Después de la muerte hay un cielo y un infierno. Dios nos amó tanto que envió a su Hijo para que ninguno de nosotros sufriera el infierno. Jesús al morir en la cruz, sufrió el JUICIO CONDENATORIO que nos correspondía a cada uno de nosotros. Para asegurar tu salvación eterna tienes una sola posibilidad. La Biblia lo dice claramente:
Romanos 10:9 :
“Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo”.
Ser salvo significa recibir el perdón de todos tus pecados, empezar una nueva vida, y recibir la vida eterna. Tener la vida eterna significa que, al morir, en vez de ir al infierno, irás al cielo.
Pero este gran beneficio tiene una condición: CREER EN TU CORAZÓN QUE DIOS LEVANTÓ A JESÚS DE LOS MUERTOS, Y CONFESAR CON TU BOCA QUE JESÚS ES EL SEÑOR.
Es entonces cuando se produce el gran cambio.
Confesar a Jesús como Señor significa que lo reconoces como el dueño de todo lo que existe, y como el dueño de tu vida y de todas tus cosas. Significa que reconoces que Jesús es Dios, y la máxima autoridad sobre tu persona.
Te invito ahora a que allí donde estás te arrodilles delante de Dios, y le digas:
Padre Dios,
creo de todo corazón que tu Hijo murió por mis pecados en la cruz; creo que tú, oh Padre, lo resucitaste de los muertos; creo y confieso que Jesús es el SEÑOR. Por lo tanto, lo reconozco como mi Señor. Señor Jesús, abro ahora mi corazón y te recibo para que vivas en mí y gobiernes mi vida para siempre. Gracias por tu perdón y por tu salvación. Amén.